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martes, 23 de marzo de 2010

EL GOLPE SIGUE VIVO


Hoy se cumplen 34 años del golpe y uno repasa lo que dijo alguna vez en su momento o en varias circunstancias. Y al volver a mirar le parece que no tiene que alterar virtualmente nada.
Entonces cabe seguir afirmando, para empezar, que el golpe del ’76 cambió a los argentinos hasta un punto que sólo los mediocres sin retorno (en fin, como todos los mediocres) son incapaces de advertir. Y que mucho más allá del apoyo declamatorio al sistema democrático, no hay correspondencia estricta entre el rechazo, el asco o la vergüenza por lo ocurrido y tolerado; y la práctica de esos sentimientos cuando se los traslada a acciones concretas. La historia oficial y el imaginario colectivo continúan arreglándoselas a fin de convencer y convencerse de que el 24 de marzo de 1976 desembarcó porque sí. Una banda de carniceros humanos que, también porque sí, perpetró una de las masacres masivas más escalofriantes del siglo XX. De modo que es significativo que, también siempre sin mella de su rol genocida ni de su carácter mafioso, haya que insistir en el papel de las Fuerzas Armadas como instrumento supremo de los “privilegios económicos” locales y universales. La cuenta de cómo la civilidad no termina de adquirir conciencia acerca del para qué del terrorismo de Estado sigue vigente, al igual que no suponer por eso que el pueblo argentino volvería a ver pasar como si nada una determinación asesina de esa naturaleza. Pero muchas actitudes individuales y sociales, políticas y corporativas, pequeñas o enormes, ratifican igualmente la permanencia de bajos instintos inquietantes.
Es hacia ese sentido que el golpe de hace 34 años es definible como “vivo” en cada “útil” que pide mano dura para acabar con la inseguridad urbana, como si sus causas no fueran estructurales y se tratase, otra vez, de arreglar las cosas a sangre y fuego. Lo mismo para el registro de que no hay una clase dirigente intermedia eficiente y patriótica, porque desaparecieron a los mejores cuadros militantes. Lo mismo para los gruesos sectores de clase media que, después de fantasear con el dólar barato y los viajes al exterior de la época de los milicos, volvieron a hacerlo con Domingo Cavallo; y ahora con querer salvarse solos sin “negrada sindical o marginal” que les corte el tránsito. Lo mismo para los periodistas y medios de comunicación apologistas del golpe, “intelectuales” del golpe, escribas del golpe, capaces de no ensayar ni un atisbo de arrepentimiento transcurrido más de 30 años (aunque bien puede decirse que si lo hicieran marcharían en contra de su propia razón de ser, en tanto son parte del poder, ayer y hoy). Lo mismo para las cúpulas eclesiásticas que bendijeron las armas y las torturas y las descargas de 220 voltios en las vaginas de las embarazadas, tan preocupados los príncipes de la Iglesia por el derecho a la vida. Lo mismo con las tribus de la policía, que no reconocen su origen pero sí su desarrollo en aquellos años de repartir el botín de las casas de los secuestrados. Lo mismo con los votos a las crías que vieron crecer sus empresas en la dictadura. Lo mismo con la explotación agropecuaria concentrada en unas pocas y monumentales manos. Lo mismo en el trabajo y el empleo precarios gracias a la anulación de la Ley de contrato de Trabajo, a la disolución de los sindicatos y los partidos políticos y a la desarticulación del tejido social, obras todas paridas por los monstruos de hace 34 años. Y lo mismo en cada oprimido que reproduce el discurso del opresor, y en cada pobre y cada pobre diablo que se enfrenta con cada pobre y cada pobre diablo.
Para ser honesto también hay que decir los pasos positivos que dio la política institucional, en este gobierno y con Alfonsín, en torno de juzgar a los genocidas gracias a la acción inclaudicable de los organismos de derechos humanos. Resta todavía –y de allí la historia oficial reacia a profundizar– el juzgamiento completo, o siquiera parcial, de los responsables económicos mandantes de los militares. Aquella respuesta del porque sí, a propósito de por qué desembarcaron esos criminales con uniforme un 24 de marzo de 1976, tiene saldo pendiente en los institutos de formación castrense, en el modo de enseñar la historia a los pibes, en los programas del periodismo “independiente”, en cada cómplice y en cada tonto que obvian profundizar las respuestas en cada casa, en cada discusión de las que todavía haya sobre lo que pasó, en cada displicencia familiar. Todo lo lejano que hoy parece el golpe se acerca, agazapado pero amenazante, cada vez que da lo mismo si extraditan a un represor, si parece del tiempo de las cavernas que juzguen a los culpables de los fusilamientos de Trelew y a la Triple A, si se busca la forma de acelerar los juicios a los asesinos. Cada vez que todo eso dé lo mismo, como da lo mismo cada día que pasa sin saber qué pasó con López, el golpe está vivo. Golpeado, pero vivo.
Por todo lo dicho anteriormente es que deben estar en alerta constante las franjas más lúcidas de la sociedad. Parece una obviedad hasta irrespetuosa, pero hay quienes cayeron en la inmovilidad, o en el conformismo, a partir de satisfacerse con algunas zanahorias que la inteligencia del poder supo mostrar.
Nunca debemos olvidar que cada golpe de estado del año 30 para aquí, fue volver para atrás el avance de las mayorías populares en la distribución de la riqueza nacional.
Realmente espero que estas simples líneas promuevan alguna reflexión entre quienes creen que la muerte del golpe es absolutamente definitiva. Y quienes caen en la trampa de reproducir, bajo formas renovadas, el ideario de quienes hace 34 años desataron la más grande tragedia de la historia argentina.

Félix Ferrioli.

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