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jueves, 19 de noviembre de 2009

Hipocresía redistributiva (por Félix Ferrioli)

Hipocresía redistributiva

La crisis capitalista global ha reactivado uno de los más interesantes movimientos de resistencia obrera en la Argentina contemporánea: La lucha por la conservación de los puestos de trabajo proyectada hacia la disputa por la propiedad de los medios de producción. La respuesta de los trabajadores de la Terrabusi-Kraft a la constante ofensiva del capital imperialista preanuncia la agudización de la lucha de clases en el marco de la crisis terminal del progresismo k.
A pesar de los siderales márgenes de rentabilidad que embolsó el capital durante el ciclo de bonanza semicolonial de los últimos años, los primeros estertores de la crisis global han significado congelamiento salarial, precarización laboral y aumento del desempleo, consolidando índices de pobreza e indigencia superiores a los de 1997.
Después de años de crecimiento a tasas “chinas”, la farsa de crecimiento “inclusivo” ha desnudado finalmente su auténtico carácter: la perorata en nombre de la inclusión social y la redistribución del ingreso contrasta con la continuidad estructural de la concentración y extranjerización del capital.
Es que, en tanto variante pejotista conservador, el kirchnerismo ha sido absolutamente incapaz de reconocer la más importante enseñanza que el Peronismo legó en torno a la proclamada justicia social. La distribución del ingreso es función derivada de la propiedad de los medios de producción. La estructura distributiva que logró consolidar el Peronismo durante su década histórica descansaba, en definitiva, en una política integral de nacionalizaciones que afectó las relaciones de propiedad en un sentido antiimperialista, reorientando el eje de acumulación hacia la expansión del mercado interno.
Sin embargo, esperar una política de esa naturaleza por parte de un gobierno interesado en reconstruir la viabilidad semicolonial de la Argentina después de la crisis del 2001 y orientado estratégicamente al pago de la deuda externa, es una quimera insostenible.
En este marco, una lucha popular nítidamente antiimperialista, en tanto cuestiona los márgenes de rentabilidad del capital extranjero, y proyectada hacia el anticapitalismo aterroriza simultáneamente a todos los garantes del orden semicolonial: al gobierno y sus mandantes de la Unión Industrial, a la embajada norteamericana y a la miserable e irrecuperable burocracia sindical.
Huérfanos de toda representación centralizada propia, los trabajadores argentinos hace años que están superando los límites de contención política y/o sindical de un sistema que sólo atina a responder a las demandas obreras con la policía y los tribunales.
La militancia de base protagoniza en todo el país un basto movimiento por la democratización sindical y la defensa de los puestos de trabajo, doble movimiento que se inscribe en la impostergable necesidad de reconstruir una identidad política propia, capaz de hacer frente a los desafíos políticos que el capitalismo del siglo XXI supone para las mayorías populares de Argentina.

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